Hay varias anécdotas que recuerdo con gran claridad aunque a decir verdad en su momento fueron un mal trago inoportuno. Siempre se mete la pata, pero cuando se hace cuando menos te lo esperas y en situaciones relevantes, la verdad que se te queda cara de tonto, el corazón en un puño y sobre todo el culo al aire.
Una de que las que recuerdo más fielmente ocurrió como hace diez años cuando estaba en el colegio estudiando 2º de Eso. Como siempre ha sido habitual en mí, llevaba reloj. Y también como era normal, cuando fueron las en punto sonó la alarma. A lo que un compañero preguntó la hora. Yo, siendo medio imbécil, no se me ocurrió decir otra cosa que a mi reloj no le había sonado la alarma. Pero si lo explico bien es dónde está la gracia. No lo dije con esas palabras exactas sino más bien con otras más tronchantes. A esa pregunta la contesté de la siguiente manera. “No, mi reloj no ha sido, mi reloj no hace pi-pi”. Como sospecharán al decir esto alguien saltó y dijo “Si no hace pi-pi, que hace? Popo?”. La cara de vergüenza se me hizo eterna y como comprenderán las risas formaron parte de los siguientes minutos y los comentarios durante el recreo y creo que algo más. La verdad es que no sé cómo se ocurrió semejante respuesta, aunque hoy en día se recuerda con gracia y como no pudiera ser de otra manera con sentido del humor.
La segunda anécdota fue que en casa de unos amigos de mis padres, pero esto cuando yo era muy pequeño, un gallo me picó varias veces ahí donde más duele pero por la parte de atrás. Y no fue moco de pavo. El animal se ensañaba conmigo cada vez que me veía. Tal fue la cosa que en su momento me dejó ciertas secuelas en forma de alguna cicatriz, pero lo peor que hasta mucho tiempo después le tuve miedo a los gallos. Así, a la edad de diez años, me negué a entrar a un establo dónde había estos animales y el grupo que iba conmigo no se le ocurrió otra cosa que llamarme gallina. Lo de gallina lo obviaba pero entrar dónde estaba el gallo no. Así que no entré. Y salí por patas corriendo. Al día siguiente imagínense el cuento del día. Nunca les explique a nadie el por qué de los miedos a esos animales. Ahora, creo, que ya no lo padezco ese intríngulis.
Y la tercera también hablamos de una anécdota pero en este caso no la recuerdo con tanta gracia. Corría el año 99, ya hace 12 años, y me tocaba un partido con el equipo. Lo raro de aquello, es que aquel día el partido era un jueves por la tarde a las cinco. Y yo ese día tenía clases por la tarde. Estaba en un colegio de monjas. Supuestamente iba a asistir a clase y salir de ella a las cuatro pidiendo permiso, pero al final me decidí por no ir y acudir directamente al partido. Pero ahí no acaba la cosa. En el colegio había dos miembros más del equipo que si decidieron acudir. Yo, como buen compañero, antes de ir al partido, me pasé por allí para recogerlos entre otras cosas porque íbamos a ir todos juntos. Pues eso, me bajo del coche y voy hacia el colegio. Me abren la puerta, hablo con la secretaria, hasta ahí todo normal, y esta habla con la monja antes de ir a llamar a los chicos. Durante estos instantes me quedo con otra monja a la espera de que bajen mis compañeros. Ésta era la directora del colegio. Una señora que apenas superaba el metro treinta centímetros. Pero aparte de recordar esto, recuerdo también las canutas que las pasé. Tal monja, se le metió en la cabeza que yo había estado en el colegio por la tarde y que no podía salir de allí porque no tenía la justificación. Le explique por activa y por pasiva la situación, y que venía a buscar a mis compañeros. Por una cosa o por otra, la secretaria se había enredado en un asunto interino, y tardó en ir a llamar a mis compis. Se me hicieron los diez minutos más largos en mucho tiempo. La monja no me dejaba salir y viendo que mis compañeros no venían, le decía que me dejara salir a mí. Ella erre que erre decía que no me fugara. Estaba en un sin vivir. Tal fue el punto, que solté alguna lágrima. A los 15 minutos tocaron la puerta, y apareció el hombre (padre de uno de los chicos) que nos iba a llevar al estadio. Se había cansado de esperar. Al momento, aparecen los compañeros y la secretaria que pone como excusa que se le había olvidado la cosa y que la recordó cuando la monja le hablo de mi “intento de fuga”. La verdad es que todo quedó arreglado al momento, pero desde ese instante ya no esperé por otros, es más desde ese día siempre fui a clases por las tardes y después al partido.
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