Un día descubres que vas a morir. Lo descubres a esa edad temprana, donde los ecos de la niñez te sumergen en un submundo. Nunca tuve espantos nocturnos, eso que se suele llamar como miedo. Pero si recuerdo la primera vez que me vino la idea de la muerte a mi cabeza. Me paré a pensar y no tuve otra escapatoria que decir que mi hora también llegaría. Antes o después, pero llegaría. Si todos mis seres queridos iban a morir, yo debía ser el próximo después de ellos. ¿O no? Porque siendo el mayor de tres hermanos, me tocaría a mí primero. La ley jerárquica se tenía que cumplir.
A esa edad temprana descubrí que todas las cosas importantes que me sucedían se quedaban en nada al revelarse esta nueva idea, la idea de la muerte, más que una idea, un hecho a que iba a pasar quisiese o no. La idea me trastocaba, claro que pensaba que sucedería en muchos años y tendría una vida por delante fructífera. Pero vamos, que descubrí que no era eterno. En ese momento en que posiblemente empecé algo a razonar, que no a madurar, a tener pensamientos propios. No sé si tenía siete u ocho años, pero lo importante es que había descubierto algo importante, tan importante, como que para la humanidad se descubriera un nuevo planeta. Fue tal la importancia que le di, que se convirtió en tema de conversación familiar y sobre todo en tema de reflexión particular durante unas cuantas semanas
La verdad es que a esa edad nunca había visto un cadáver en vivo, sólo en películas, pero si me había imaginado como sería más de uno. La idea de muerte de seres cercanos a mi familia que acontecían, me daba cada vez más repelús. Y poco después, antes desgracias personales donde personas fallecían a temprana edad ya sea por accidentes, enfermedades o desgracias particulares, me vino otra idea a la mente. La muerte no tiene edad. Si ya de por sí estaba bastante angustiado, ahora después de la semana reflexión, descubrí otra cosa más, e iba a padecer otra semana más de pensamientos intrínsecos.
Quizás les parezca extraño lo que estoy contando, pero la verdad que las cosas que le vienen a un niño a la cabeza son casi de juzgado de guardia. Y me alegro comentarlas en este rinconcito tanto tiempo después. Hoy, no tengo miedo a la muerte, como gran parte de la población mundial, y aunque tampoco espero nada más después de ella, sólo le pido que se esté quietecita durante un tiempo que todavía tengo mucho por dar.
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